miércoles, 24 de septiembre de 2008

Carita feliz

Continuación...

Las primeras semanas el jardín se sentía muy vacío sin ella a pesar de que nos veíamos casi todas las tardes en su casa cuando salía del colegio, almorzábamos y jugábamos toda la tarde en el patio de su casa, ya en la noche mi mamá me recogía y llegaba derechito a dormir, a soñar con ella.

Dejé de extrañarla tanto cuando la profesora comenzó a consolarme durante la hora de la siesta, me sobaba los cabellos y se acostaba a mi lado hasta que me quedaba dormido. La maestra empezó a llevarme a casa, no sin antes arrimar a la suya para hacer lo mismo que hacía con mi novia pero sin árboles de mango ni ChocoRamo; y aunque no estaba untada de dulce por todas partes también sabía muy rico, a frutas, aunque no a las mismas frutas que sabía mi novia.

Dejé de ir a casa de Susana, mi novia, dejé de llamarla, de verla y de pensarla. Tanto que hace días nos encontramos en el centro comercial y yo nada que me acordaba de quién era ella.

Pobrecito, casi no me reconoce, aunque a mi también me costó trabajo reconocerlo, de verdad que está muy flaco. Dicen sus amigos más cercanos que la profe lo obligó a crecer, que cada tarde en su casa se comía una a una sus partes de niño hasta que sólo quedó el esqueleto de un hombre viejo, incluso en la calle la gente pensaba que hasta estaba yendo a la universidad y todo, hasta podía entrar a las discotecas con la maestra.

Pobrecito, si no hubiera crecido todavía seríamos novios.

martes, 16 de septiembre de 2008

Carita feliz

Nena hermosa, no crezcas. Dame sólo un par de años y te hago conocer lo que es el amor de un hombre de verdad.

El primer día en el jardín la vi: su mamá la fue a dejar tarde, por eso pasó por el corredor a mitad de la clase y desde ese momento estoy desconcentrado. Les pregunté a mis amigos por ella y me dijeron que era estudiante de último año en el preescolar, que entraría a hacer primero en un colegio del sur, y a mí que todavía me faltan dos años para entrar al colegio.

Yo soy el más pequeño de la clase así que no puedo hacerme pasar por un estudiante avanzado, pero durante el almuerzo le hice llegar el ChocoRamo que llevaba de lonchera y ella volteó a mirarme con su hermosa sonrisa, se retiró el cabello negro que cubría sus ojos y, saliendo de la cafetería, me hizo señas para que la acompañara. Pasamos el resto de la tarde debajo del árbol de mango riéndonos mientras yo le limpiaba la cara, el cuello y hasta el cabello todos untados de chocolate.

Ella es la niña más linda del jardín, no mentiras, de todo el mundo; con su cabello negro que siempre se le mete en los ojos, en esos ojos negros tan profundos que ya me han hecho perder varios avioncitos de papel, con esos labios tan rojos como las frambuesas y así de dulces, con esas manos siempre untadas de los chocolates que yo le regalo, con ese pecho que huele a loción de pera, y con esa jardinerita, no… ¿Cómo quiere que aprenda lo que dice la maestra si todo el día me la paso pensando en ella?

Nena hermosa, no crezcas para seguirte amando como un niño.

lunes, 23 de junio de 2008

Todos mis besos

Hola…

Venía pensando en pedir que me devolvieras los besos, todos, los que te di. No mentiras, todos no porque sino ¿a qué hora terminamos? Pero si esperaba recuperar los mejores; como el primero que te di: celebrabas los quince en tu casa, algo informal, y Pedro me había invitado porque a él lo había invitado su novia. Todos eran conocidos menos yo, y nadie quiso presentarnos, afortunadamente tus amigos no saben bailar salsa así que tuve mi oportunidad de conversar contigo. Luego tu papá puso ese merengue suavecito pero largo durante el cual te besé desde el principio; donde dure más la canción estaría contando otro cuento.

Otro que recuerdo fue en tu colegio, cuando nos invitaron por ser el día del amor y la amistad y te escapaste del salón mientras montábamos la obra en el auditorio: te besé tanto que no notamos cuando se llenó el lugar y la rectora fue y nos separó, no sin la ayuda de varias profesoras y hasta del conserje.

Y que decir de los besos con sabor a bon bon bum de los viernes por la tarde o esos besos sobre el árbol de mango, del cual varias veces me caí por besarte tanto. También están los besos en el bus, colgado de los pasamanos y tu de mi cuello mientras una señora amable nos sostenía las maletas; los besos sobre el pasto de la loma y los que te di en la hamaca de la casa del ciego.

Pues sí, tenés muchos besos que devolverme pero está bien, quedátelos. Eso sí, devolveme mi camisa vino tinto de seda, es que me la trajo mi tía de Italia.

martes, 17 de junio de 2008

Un poema

Poema
Juguemos otra vez a que tú me querías
¿Te acuerdas?
Juguemos a la guerra,
juguemos a que tú ganabas
porque escogiste la almohada más grande.
Juguemos a que remendabas mi corazón,
juguemos a que yo era feliz,
a que tus labios sabían a durazno
y yo quería morderte.
Juguemos como antes, como anoche.
Porque no me gusta este juego de no estar contigo.
No juguemos a que todo terminó
como esa brisa que te acercó a mi,
no juguemos a que soy recuerdos,
no juguemos a que no hay mas luna,
ni mas estrellas,
ni mas tu,
ni mas yo,
ni mas nosotros.
Juguemos a que tú me sonreías.
Juguemos a que estábamos jugando,
y jugábamos a que tu me querías.

lunes, 2 de junio de 2008

En tus sueños

Estaba este loco volando en la alfombra que era para ti, ¿te acuerdas? En el cielo que eras tú, sumergido en lo profundo de tus ojos.

Entonces los cerraste y me perdí en la oscuridad, y cuando los abriste ya no estaba yo, ni la alfombra ni aquel cielo. Sólo estaban tus ojos y mis lágrimas.

Vuelve a dormir, vuelve a soñar conmigo.

lunes, 26 de mayo de 2008

Fresas amargas

El desconectado empezaba como a las tres de la tarde y el bus nada que pasaba. La flaca estaba furiosa, pero la flaca que me interesa es otra, que no estaba enojada sino impaciente, esperándome. Así que a la brava le diremos: la brava, aunque no se para qué, pues pienso que no la voy a nombrar más. Entonces, estábamos el ciego, Alejo, Pedro, la brava, mi hermana y yo esperando un bus que no pasaba.

El ciego tenía la manía de cantar en los buses, no recuerdo si esa vez lo hizo y no se si aún lo hace, espero que no. Lo que si es seguro es que molestamos mucho durante el recorrido, sobre todo a la brava que estaba tragada de Pedro y él le correspondía, porque si algo ha caracterizado al parche es por su mal gusto, todos menos yo, obviamente. Creo que una vez pequé, pero la vieja es hermosa comparada a los levantes de mis amigos.

Cuando llegamos al sitio la flaca dio un salto y me abrazó, con esos abrazos suyos que todavía me duelen en la espalda, y nos presentó a sus amigas. El concierto ya se había acabado así que no pude dedicarle la canción que quería y me tocó conformarme con bailar los discos de la banda del lugar y repetirle palabras ya viejas y conocidas. Palabras que, aunque viejas, no estaban pasadas y todavía surtían efecto, de modo que bailando una canción nos cuadramos.

Esta vez sus labios no sabían a fresas, de hecho a ningún fruto rojo, era más bien como a algún cítrico, algo oscuro, como un mal presagio, pero delicioso al fin. Embriagado por sus besos no me di cuenta a que hora llegó la policía y nos tocó salir corriendo, cada uno por su lado. Corrimos tanto que desde esa noche el parche se disolvió: el ciego, que no veía por donde iba nunca salió del lugar, dicen las personas que todavía corre buscando la salida; Alejo se internó en pleno corazón en el centro de la ciudad y fue devorado por la noche lasciva; la brava fue rescatada por un abogado quien consiguió que se le declarara inocente y se casaron; Pedro corrió hasta Inglaterra y ya no le quedan fuerzas para volver; la flaca alcanzó a llegar a su casa, se subió en la alfombra que le regalé y se fue a recorrer el mundo; y yo, bueno no se nada sobre mi, sólo soy un cuento.

lunes, 19 de mayo de 2008

Servicio a Domicilio

Desde el momento en que la vio sólo pudo pensar en exactamente lo mismo que hubiera pensado cualquier hombre, montarla. Y es que quién no iba a querer estar encima de aquella preciosura, recorrerla con los dedos y con la mirada de arriba abajo, milímetro a milímetro, una y otra vez, abrazarla, besarla y nuevamente volver a acariciarla sin salir del estupor que produce estar tan cerca de una belleza como esa. Incluso quienes trabajaban junto a ella se quedaban boquiabiertos cada vez que la veían, sin importar cuantas llegaban o se iban porque ninguna poseía, siquiera, la hermosura de la sombra de aquella.

El se interesó tanto en ella que averiguo el sitio exacto donde siempre permanecía y, como buen pobre, se pasaba horas enteras contemplándola, poniendo esa cara que ponen los niños cuando estirando los brazos ven que no pueden alcanzar el tarro de galletas sobre la nevera, esa misma expresión que se dibuja en la cara de un naufrago cuando ve a kilómetros la costa y siente que su cuerpo no le da más. Hasta que llegó el día en que se cansó de sólo mirarla y, decidido a hacerse dueño de aquella magnifica obra de arte, entró en aquel recinto y habló con el que parecía ser el gerente para que éste le diera solución a la situación que estaba viviendo.

Dialogaron bastante rato, él le daba a conocer a aquel señor vestido de traje y zapatos finos que no era mucho el dinero que tenía pero aquella manifestación divina del cielo se había convertido en una necesidad para él, más que el cafecito con leche y el arroz con huevo y salsa de tomate por las mañanas. Entonces el tipo llevándose la mano a la barbilla le dijo: “Mijo, usted me ha conmovido, pero la verdad es que en menos de treinta palitos no se la puedo dejar”. El se levantó, dio la vuelta hacia ella y con la desesperanza invadiéndole todo el cuerpo estiró sus brazos como queriendo tocarla y empezó a imaginarse cómo sería acariciarla, recorrerla desde ese frente espectacular e ir bajando hasta llegar a la parte de atrás. Se imaginaba la cara de sus amigos cuando lo vieran con ella y no solamente ellos, porque quería que todo el mundo pudiera verlo en aquel momento espectacular y llenar de envidia a aquellos que lo creían un perdedor. Así que se acercó a ella, la besó tiernamente y le dijo: “te juro por Dios que vas a ser mía”, y salió caminando con la cabeza baja, pensando en qué iba a hacer para conseguir su propósito.

Al día siguiente se levantó muy temprano y salió a buscar trabajo, compró el periódico y empezó a diligenciar una por una las posibilidades de empleo. Llenó miles de hojas de vida, recorrió cientos de veces la ciudad caminando, rogó aquí, suplicó allá, y se detuvo por allí para descansar. Se postuló para cuanto empleo ofrecían en la sección de clasificados: desde domador de leones hasta celador del ancianato, administrador económico de una prestigiosa universidad al sur de la ciudad, desnudista en un club del centro, repartidor de pizza, repartidor del correo, repartidor del diario, repartidor del… en fin, repartidor de todo. Al final de la jornada estaba exhausto y todavía le quedaba por averiguar mucho más del doble de lo de aquel día. Cuando terminó la semana ya estaba aburrido de tanto trabajo y aún no conseguía empleo.

Había pensado dejar las cosas así pero justo en ese momento pasó al lado de ella, entonces se llenó nuevamente de valor y dijo: “tú vas a ser mía, vas a ser mía”.

Consiguió un trabajo duro pero bien pago: operario de máquinas en una fundidora. La jornada era de diez horas y tenía que permanecer todo el día cerca de los hornos donde el aire puede hacer hervir la sangre y el ruido producido es estremecedor. Sus manos se llenaron de cayos, su piel comenzó a sufrir laceraciones y bajó más de ocho kilos, pero después de seis meses de indescriptible agonía ya había conseguido la mitad del dinero necesario.

Sólo tuvo necesidad de trabajar otro mes más en aquel infierno, pues le llegó un correo donde le daban a conocer que era el ganador del sorteo de un título de capitalización que estaba pagando desde hacía cinco meses. Así que reclamó el dinero, hizo cuentas y con el excedente compró ropa y, por supuesto, buenas vitaminas para estar en forma, se hizo cortar el cabello, afeitar y arreglar las uñas. Por primera vez después de siete largos meses pudo bañarse como es debido, se echó su mejor loción y se sentó ansioso a esperarla, porque el día anterior, cuando fue a pagar por el servicio, le dijeron que ella llegaba a su casa. Y efectivamente así fue: a eso de las diez de la mañana tocaron su puerta, el abrió y al verla no supo que hacer, su corazón estaba feliz y no sabía si llorar, reír, saltar o caer desfallecido de tanta alegría.

La tomó con toda la dulzura del mundo y la hizo entrar en la casa, la acarició toda, la besó de arriba abajo y salió con ella para dar un paseo. En la calle todos sus vecinos y conocidos no salían del asombro al verlo al lado de semejante preciosura, y se asombraron más aún cuando lo vieron ponerla en la mitad de la calle y acomodarse sobre ella.

Delante de toda esa muchedumbre aterrada estiró sus manos, la agarró fuertemente y le dio start. Inmediatamente el rugido de sus 800 centímetros cúbicos inundó todo el barrio y juntos desaparecieron ante la mirada atónita de los espectadores.